TRABAJANDO EN EL CAPÍTULO 6.

domingo, 10 de julio de 2011

Receso.


Chicas, siento deciros, que tendré que dejar la historia apartada durante tres o cuatro semanas, pues me voy de vacaciones al pueblo de mi tía y no creo que por allí haya red de Internet puesto que es un pueblo muy pequeño. Si hay, subiré desde allí pues tengo algunos capítulos listos ya, y sino, os toca esperar.
Os quiero con todo mi corazón.
       Att, Nicki Dreamer


miércoles, 29 de junio de 2011

Capítulo 5. Campanilla.


Cápitulo 5. Campanilla.

Perdí completamente la noción del tiempo, no recuerdo exactamente cuántas horas o minutos estuvimos así, tan cerca pero tan lejos a la vez y con aquella suave melodía de fondo.

Un olor a dulces invadió la sala, era un olor dulce y afrutado, entonces oí una voz femenina calmada y pausada.
          –  Os he hecho unos dulces, debéis de estar hambrientos.
La mujer de pelo canoso y rasgos latinos dejó la bandeja con pastelitos sobre el piano.
Michael dejó de tocar para sonreírle a la mujer.
         Muchas gracias, Maya –le agradeció a la mujer.
         Comete los pastelitos y a dormir, ya es tarde Michael –entonces me miró –vaya, ¿quién es esta muchachita? –su tono de voz era tan…maternal.
         Es Amy, la chica que me entrevisto el otro día, ¿recuerdas? –dijo Michael cogiendo uno de los dulces y llevándoselo a la boca.
         Ah, la muchacha de la que tanto hablas.
Vi cómo en un instante las mejillas de Michael se envolvían en un tono rojo mientras se alejaba el pastel de la boca y se mordía nerviosamente el labio inferior sin desviar la mirada de la bandeja de dulces.

Pero mi mente estaba enfrascada en una frase: “la muchacha de la que tanto hablas”.
¿Hablaba Michael de mí?
No podía creerlo, si yo no era más que una insignificante chica de pueblo y él…una superestrella que jamás se fijaría en mí.
Aunque la verdad, eso no me importaba en absoluto.
Para mí, él era alguien especial, era una especie de…Peter Pan.

Entonces le miré y observé sus ojos oscuros y enigmáticos, su piel acanelada y sus perfectos rizos negros.
Y él me observó por un instante casi inexistente, pues apartó la mirada al igual que yo.

Michael y yo, nos comimos los dulces y Maya me preparó una habitación para que pasara la noche.
La habitación era enorme, una ventana abierta dejaba pasar los pequeños rayos de luz de luna, la lluvia había cesado.
La colcha de encajes blancos que cubría la cama era suave y confortable, como la propia cama.

Empecé a estornudar, me había resfriado a causa de la lluvia, debí haberme cobijado y no haberme lanzado a la lluvia como si fuera inmune a ella.

Mientras intentaba conciliar el sueño,  oía el repiqueteo  de la lluvia contra los cristales de la ventana, era algo tan simple pero tan relajante a la vez.

Pude soñar en aquella cama que parecía hecha de nubes que volaba, muy muy alto, podía ver los pueblos y las casas que se habían reducido hasta alcanzar un tamaño digno de una hormiga.
La brisa se enredaba y desenredaba entre mi pelo y se deslizaba sobre mi piel de una forma muy suave. Tocaba las nubes y éstas se desvanecían entre mis dedos convirtiéndose en pequeñas bolas de gas blanco.

No quise despertar de aquel sueño, pues me sentí muy libre en él, pero me di cuenta de que tenía un sueño más hermoso en la vida real un sueño dulce y perfecto poseedor de la sonrisa más encantadora que jamás pude ver antes.

Los pequeños rayos de sol atravesaron la ventana, haciéndome despertar.
Me froté los ojos, lo entre abrí y la luz chocó contra ellos así que los cerré de inmediato y me tumbé en la cama, y oí una risa…su risa, tan perfectamente melódica que me hacía temblar.
Volví a abrir los ojos, esta vez sin importarme la luz, y allí estaba, apoyado en el marco de la puerta aún con su pijama rojo puesto y riéndose de mí.
         ¿De qué te ríes? –pregunté frotándome los ojos de nuevo.
         ¿Vienes de la guerra de Afganistán? Porque parece que te hayan dado varias palizas –contestó divertido.
         Pues no, porque he dormido de lujo –le repliqué aumentado el ego que él simulaba no tener.
         Claro que sí, mis camas son las mejores que te puedas encontrar en toda Santa Bárbara –hizo una pausa y esbozó una sonrisa que me pudo deslumbrar mucho más que el propio sol -¿vienes a desayunar? Maya nos espera en la cocina.
         Sí, gracias.
Me tendió la mano y me aferré a ella, entonces sentí la magia verdadera fluyendo por sus venas.
Pero ésta no duró mucho, empecé a sentirme mareada y cansada, sería obra del resfriado así que no hice caso.

Llegamos a la cocina y allí estaba Maya, terminando de exprimir un zumo de naranja, con un delantal blanco y decorado con encajes y un vestido azul…La imagen de mi madre se me vino a la cabeza por unos instantes.

El mareo no se mitigó, se hizo más y más intenso mientras me tomaba el desayuno, paré de comer y me llevé las manos a la cabeza.
         ¿Sucede algo? –preguntó Michael poniendo su mano sobre mi espalda.
         Me siento un poco mareada, pero se me pasará tranquilo –contesté ladeando la cabeza y esbozándole una pequeña sonrisa.
         Será mejor que te tumbes en el sofá, niña –sugirió Maya.
         Yo la llevaré.
Y en menos de un segundo me encontré en los brazos de Michael, con mi cabeza apoyada en su pecho y sintiendo los latidos preocupados de su corazón.
Me depositó en el sofá y él se sentó en el suelo justo a mi lado, preguntándome cada dos segundos cómo me encontraba y cerciorándose de que no tenía fiebre.
Se dedicaba a intentar calmarme mientras Maya me daba un jarabe para que se me pasase el mareo y la jaqueca.

Sinceramente, no sé cuánto tiempo estuve así, pero no me importó, los cuidados de Michael eran más que suficientes como para curarme por mí misma.
Intenté ponerme de pié pero el mareo persistía y me iba a caer pero Michael me sostuvo por la cintura y nuestras miradas se encontraron…pude sentir las chispas volando alrededor nuestro, pude ver los maravillosas que eran.
Y sus ojos…Dios mío sus ojos eran dos preciosos ojos marrones llenos de misterio. Podría ahogarme en ellos y no arrepentirme ni un segundo de ello.

Entonces se sentó en un sillón y me puso en su regazo como si me tratara de una pequeña muñequita a la que debía proteger.
         ¿Sabes qué? –me preguntó
         ¿Qué?
         Me gustaría llamarte campanilla…
Ahora todas las piezas encajaban en su sitio.
Ahora entendía por qué él era Peter Pan.
Y él sólo estaba buscando a una campanilla…
La verdad era, que entendía a Michael perfectamente, sólo quería un poco de compañía, alguien que le quitase aquel sentimiento de soledad que tenía clavado en su corazón.
Aceptar su petición era lo mínimo que podía hacer ademas...en estos días yo también necesitaba sentirme comprendida y querida.
No nos vendría mal a ninguno de los dos.

sábado, 18 de junio de 2011

Capítulo 4.Lluvia y recuerdos.


Capítulo 4. Lluvia y recuerdos.

Aquel vestido morado se ceñía a mi figura y me hacía parecer más esbelta de lo que en realidad era.

Entonces oí el claxon de la limusina y la voz de mi destino.
La limusina era más grande por dentro, con asientos color crema y un minibar.
Me sentía como una superestrella.
El tiempo no acompañaba, no era una de esas calurosas noches, parecía que iba a diluviar.
La limusina se detuvo en frente de un lujoso restaurante, vacío. El conductor me pidió que entrase y esperase a Michael en una de las mesas.
El restaurante estaba decorado de una manera exquisita; luces bajas, velas en las mesas…Lo que ayudó a ponerme aún más nerviosa de lo que ya estaba.

¿Conocéis esa sensación de mariposas en el estómago? Yo la sentía, o cuando piensas en esa persona y parece que el corazón se te va a salir, pero lo odiaba, odiaba esas estúpidas sensaciones porque no sabía que significaban esas sensaciones.

Me senté en una mesa apartada de los grandes ventanales que tenía el restaurante.
Abrí mi bolso de mano negro y saqué un pequeño espejito, quería retocarme un poco antes de que llegase.

15…30…45 minutos y no había ni rastro de él.
En mi fuero interno sabía que no debía haber confiado en él, era famoso al fin y al cabo.

Empezaba a impacientarme de una manera superior a mis fuerzas, así que agarré el bolso y
salí del restaurante y empezó a llover, ¿podría salir peor aquella noche? Sí.
Truenos, rayos, lluvia y un coche que tocaba el claxon desesperadamente y me iluminaba con los faros.
Estaba empezando a enfadarme así que me giré mientras veía como el coche paraba, le di una patada al parachoques y me di la vuelta, pero noté como alguien salía del coche.
“¡Muy bien, Amy!” me dije con ironía a mí misma.
Ni siquiera quise girarme a ver quien era hasta que su mano rozó mi hombro.
Entonces giré sobre mis talones para encontrarme a Michael.
         Tienes un problema con los coches –musitó mirándome de arriba abajo –estás empapada.
         ¿Cómo tienes la cara de llegar y decirme que estoy empapada, Michael? –dije desviando mi mirada a la izquierda, si le miraba a los ojos perdería mis defensas.
         Lo siento mucho, de verdad, pero he estado rellenando papeles y terminando una maqueta en el estudio, ¿podríamos quedar otro día?
         No.
Y me fui, pero me detuvo de nuevo cogiéndome de la mano.
       –     Oh vamos, ¿qué puedo hacer para que me perdones? Podemos ir donde sea, donde tú quieras, pero necesito salir contigo a cualquier sitio, no me importa.
         ¿Por qué debería confiar en ti? –contesté dándome la vuelta de nuevo.
         ¡Porque confío en nosotros! –gritó desde el final de la calle.
Entonces me di cuenta.
Tenía al que podría ser uno de mis mejores amigos empapado bajo la lluvia y pidiéndome que saliera con él.
Me paré y grité:
         ¡Mañana, en mi casa, ven a recogerme tú!
Y seguí caminando.
Pero la paz no volvió pues su coche pasó por mi lado.
         No puedo dejarte bajo la lluvia.
         No pasa nada, supongo que mi casa está cerca –musité.
         Ni siquiera sabes donde está tu casa, te has perdido –dijo él parando el coche –vamos sube, pasarás la noche en mi casa.
No respondí, sabía que era inútil negarme.

Estaba realmente calada hasta los huesos y tenía mucho frío, estaba temblando de frío.
Michael se pasó el viaje a su casa mirándome preocupado, aunque yo le dijese que no me pasaba nada, él sabía que era mentira.

Al llegar a su casa, una sensación de paz invadió mi ser.
Michael se empeñó en dejarme ropa -con lo cuál se refería a una sudadera suya- y en que me diese un baño de agua caliente para estabilizar la temperatura de mi cuerpo.
Él siempre tan encantador.
Siempre tan perfecto.

Podía notar la inocencia, la pureza, la música y la perfección en aquella casa, todas esas cosas giraban en torno a Michael.

Mientras me duchaba oía el sonido de un piano. Un sonido exquisito y maravilloso, sólo una persona podría tocar el piano y hacer que sonase de esa manera tan especial.

El tacto de su sudadera contra mi piel mortecina era tan confortador que no me apetecía llevar nada más puesto en toda mi vida que aquella maravillosa sudadera gris con una “m” mayúscula y roja en el centro, la verdad era que me quedaba enorme, pero eso era una de las cosas que la  hacía más confortable.

Mi pelo mojado enmarcaba mis facciones y se me habían formado rizos rubios que me hacían parecer una niña de dieciocho años.
Me peiné el pelo y salí del baño.

Busqué el sonido del piano por toda la casa.
Mientras buscaba a Michael aproveché para mirar cuadros que había por los pasillos, estatuas y muchas más cosas que tenía Michael por los pasillos.

La casa estaba muy bien decorada. Suelos de madera y paredes pintadas en color melocotón la hacían parecer muy acogedora.

Entonces encontré la sala del piano.
Una sala enorme, con suelo de mármol.
Pero sin duda, lo que más me gustaba de esa sala, era aquel chico de rizos negros y blusa blanca que tocaba una suave melodía con sus preciosos y largos dedos de pianista.

Pero, ¡qué desdicha la mía! No podía averiguar por qué revoloteaban mariposas en mi estómago cada vez que lo veía, cada vez que miraba sus profundos y enigmáticos ojos marrones, esos ojos que encerraban miles de secretos.

Me senté a su lado y empecé a tocar el piano con él.
Él se mordía el labio mientras que tocaba el piano y yo moría mil veces en mi interior cada vez que lo hacía.
Entonces recordé las veces que toqué el piano con mi madre.
Cuando me enseñaba canciones y las cantábamos juntas.
Recordaba el pelo negro de mi madre y sus enormes ojos azules, mi madre era mi heroína, mi modelo a seguir y una de las personas más especiales de mi vida.
También recordaba cómo me leía cuentos y cómo hacía que me quedase dormida en nada, recuerdo la confianza que sentía con ella y el lazo tan estrecho y fuerte que teníamos.
Recordaba cuando todo era perfecto, tal y como lo estaba siendo en aquel momento.

No quería irme de allí, no podía.



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Ya veis como la relación entre Michael y Amy empieza a surgir, pues bien, la historia sólo acaba de empezar, aún queda mucho recorrido por delante, muchos sentimientos, muchos "te odio", pero también muchos "te quiero".
Yo sólo os pido que me digáis lo que sentís que abráis vuestro corazón y plasméis en un comentario qué sentís cuando leéis  un capítulo.
Porque sois pocas, pero os quiero con toda mi alma.
                                                                           Att. Nicki Dreamer.

lunes, 13 de junio de 2011

Capítulo 3. Yo.


Capítulo 3. Yo.

Aquella noche las pesadillas me atormentaron. Llegué a la conclusión de que no era feliz en Los Ángeles, por muy bien que me fuera en el trabajo, no me hacía feliz.

Cuando me levanté a la mañana siguiente, lo primero que hice fue tomarme una pastilla para el dolor de cabeza, ésta me iba a explotar de tanto pensar y de no dormir, encima tenía la entrevista.
Me duché, vestí y me recogí el pelo en un moño, me despedí de mis abuelos y salí hacia el trabajo.
Mientras conducía me comía una manzana que cogí antes de irme, tampoco quería desmayarme por culpa del hambre.
Aparqué el coche, crucé la calle y me di cuenta  que un coche negro se acercaba a mi a gran velocidad pero paró de seco a unos seis centímetros de mis pies, lo único que se me ocurrió hacer era gritar idiota y seguir mi camino.
Entré a la sala en la que me maquillarían y peinarían a su gusto. Después tuve una pequeña reunión con el equipo.

Me senté en uno de los sillones del decorado y empecé a leer las preguntas de la entrevista.
Sentí que alguien se puso delante de mí así que levante la mirada y allí estaba, mi milagro personal, la única persona que podía hacer que ése lugar me gustara, al menos un poco.
         Siento lo de antes –se disculpó.
         ¿A qué te refieres? –pregunté extrañada.
         A que por poco te atropello, pero no es de buena educación ir insultando a la gente por ahí, ¿sabes? –dijo divertido.
         Dios mío…eras tú…-contesté en un susurro casi imperceptible.
         Espero que no seas igual de explosiva en la entrevista –dijo mientras se sentaba en el sillón que estaba enfrente de mí.
Entonces me avisaron de que la entrevista estaba a punto de empezar.
Mis manos sudaban, mis labios estaban secos y tenía la sensación de que mi corazón iba a explotar de un momento a otro.
Comenzó la entrevista, él, tan natural y divertido bromeaba, en cambio, yo, nerviosa y torpe trabucaba palabras.

Pasaron quince minutos, treinta, cuarenta y cinco…Una hora y allí estaba yo, intentando sobrevivir al brillo y atracción de sus ojos marrones.

La entrevista terminó y yo necesitaba desaparecer de ahí, quería ir a la playa, pero alguien me detuvo agarrándome suavemente del brazo, siempre único, Michael.
         Parece que cumpliste lo que te sugerí –dijo llevándose las manos a los bolsillos de los pantalones.
         Sí, tampoco quería ser muy…agresiva, ya sabes, me limito a preguntar sobre el trabajo –contesté desviando la mirada.
         Todos empiezan así, hasta que descubren que mintiendo e inventando rumores se hacen más famosos y ganan más dinero.
         Hace unos meses yo quería eso mismo, pero ya no, estoy en medio de un conflicto personal entre mis principios y lo que más me conviene.
         ¿Sabes? no suelo fiarme de los periodistas, pero haré una excepción y te contaré un secreto –se acercó a mí y empezó a susurrarme al oído –debes seguir tus principios siempre, nunca te traicionaran, en cambio las personas que serán el medio por lo que conseguirás lo que más te conviene te traicionarán y herirán, si sigues tus principios perderás algunas cosas sin importancia pero no te harán daño.
Entonces se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la salida, pero se detuvo.
         Por cierto, ¿te apetece cenar esta noche?
Mi corazón se detuvo, mi respiración empezó a agitarse y miles de mariposas revoloteaban en mi estómago. Me llevé la mano al abdomen, intentando controlar aquellas mariposas.
Debía contestar, estaba esperando una respuesta pero había algo que me impedía hablar, así que, me limité a asentir.
         Mi chófer te recogerá a las ocho, en tu casa.
Tenía veinte minutos de descanso así que corrí a mi casa.
La ciudad me parecía más bonita entonces.
¡Cuántas luces empezaron a brillar en mi interior!¡Cuántas nuevas esperanzas surgieron en mi mente! Y todo gracias a él…pues era mi luz guía.
Y pensar que esa noche iba a cenar con él… ¿qué me pondría? ¿Qué diría? ¿Qué haría?
Tenía que ser lo más autentica que pudiese con él.
Debía bajarme de esos tacones, tenía que despojarme del maquillaje caro y la peluquería, tenía que ser yo, dejar de esconderme tras máscaras de superioridad y falsedad, tenía que volver a ser esa chica fanática de Los Beatles a la que le gusta cenar ensaladas mientras ve una buena película antigua sentada en un sofá.

Descansé durante aquellos veinte minutos tumbada en la cama y con la mente en un sitio que ni yo misma sabría decir cuál era.
Al volver al trabajo sólo pude pensar en él, hablar de él e imaginar cómo iría aquella cena.
Shannon y Helena acabaron cansándose de mí ese día.
Entonces llegó la hora de prepararme…
Quería mostrarme a mi misma, sin máscaras.
Quería enseñarle que no era la chica que decía o aparentaba ser.
Quería que me quisiera.

Ni tacones. Ni vestidos caros. Ni kilos y kilos de maquillaje. Ni un peinado perfecto. Ni joyas preciosas y de un valor enorme.
Sólo yo, yo y mis torpezas, yo y mis virtudes, yo y mis miles y miles de defectos…Yo y él.

Y es que me sentía yo misma con él, sentía que podía ser yo y que no me juzgaría porque me gustara Frank Sinatra o quedarme horas y horas viendo estrellas por un telescopio.
Sentía que de algún modo me pertenecía, pero estábamos tan cerca y tan lejos a la vez que parecía que entre nosotros se extendían miles de galaxias.

Al terminar de arreglarme me miré al espejo y ahí estaba yo, con mis ojos verdes, mi pelo largo y ondulado de color rubio y mi sonrisa quizás no era perfecta pero, estaba contenta con ella.
Y sonó el timbre…


Y aquí esta el capítulo 3.
Espero sinceramente que os haya gustado.
Estoy empezando a encariñarme a estos personajes ¿sabéis?, aún estoy matizando la historia y pensando en el próximo capítulo que ya he empezado a escribir, pero que no subiré hasta que lo considere perfecto para vosotras.
Creo que el siguiente capítulo será especial, la primera cita de Michael y Amy.
En cada capítulo iré dejando trozos de la personalidad de Amy, quiero que la conozcáis, que sepáis de sus sentimientos e inquietudes, que sintáis lo que ella siente, que seáis Amy.
Y no creáis que todo será color de rosa, no, todo no será tan fácil como en estos tres capítulos, la historia acaba de empezar.


Se avecinan capítulos más largos por lo que la espera será prolongada, pero que los capítulos sean largos conlleva más dosis de sentimientos y sensaciones y estoy intentando crear la mejor historia de mi vida, sólo para vosotras.


Os quiero.


Gracias por leer,
Att. Nicki Dreamer.

sábado, 11 de junio de 2011

Capítulo 2. Reflexiones.

  
Capítulo 2. Reflexiones.

  Y ahí estaba, con sus preciosos rizos negros enmarcando sus perfectas facciones. Los pantalones negros se le ceñían a las piernas de modo que las hacía ver más delgadas de lo que en realidad eran y debo decir que el rojo de su camisa le sentaba realmente bien.

Entró dejando un aura mágica tras él y se sentó a mi lado, sin dejar de contemplarme, divertido, como si se tratara de un niño observando su nuevo juguete.
Los productores empezaron a hablar, pero yo no les escuchaba, estaba demasiado distraída mirando, de reojo, cómo se mordía el labio inferior.
Mucha gente me diría: ¿por qué no te sorprendiste? ¡Es Michael Jackson!, pero yo pasé por alto el detalle de su nombre y su fama.

       Una de las ventanas de la sala estaba abierta por lo que podía observar el precioso horizonte de Los Ángeles, no tenía nada que ver con Seattle, no había casas pequeñas, ni un gran bosque extendiéndose a lo largo del pueblo, no, aquí podía ver el océano, de hecho, estábamos tan cerca de él que podía oler el aroma del mar, tan relajante.
         Esto es un aburrimiento, ¿verdad? –me susurró.
Mi corazón comenzó a latir con más fuerza y rapidez de lo normal y mi respiración se paró en seco, ¿debería preocuparme?
         Sí, un poco –me atreví a contestar, las manos me sudaban de una manera inhumana, debía tranquilizarme.
     Entonces no hablamos más y yo me sentía decepcionada, me moría de ganas por hablar de nuevo con él -si es que lo que hicimos antes fue hablar- pero la timidez me podía.
La reunión se terminó, todos salieron de la sala a excepción de Michael y yo, él se quedó sentado a mi lado, observándome de la misma manera de la que estuvo haciendo desde hacía media hora atrás.
         Bueno, es…hora de irme –dije mientras me levantaba y cogía mi carpeta roja en la que había tomado algunos apuntes.
         ¿Cómo te llamas? –me preguntó ignorando mi comentario anterior.
         Amy, Amy Green… –contesté mirando al suelo, no podía mirarle a los ojos…no podía.
         Encantado, Amy –dijo dándome dos besos en las mejillas –bueno, nos vemos mañana en la entrevista, sé buena conmigo –sonrió y se fue.
         Sí…-susurré tocándome una de las mejillas.
    Me encontraba anonadada, ¿qué me había pasado? Me sentía distinta, nunca me sentí así antes, pero lo ignoraba, porque no soportaba ese repiqueteo constante, rápido y turbulento de mi corazón.
    Salí de la sala y bajé en el ascensor hasta mi despacho, aún me quedaban cinco horas de trabajo y tenía que organizar la entrevista.
Cuando entré a mi despacho me encontré a Shannon y Helena, sentadas en el sofá negro que estaba contra la pared derecha del despacho, cruzadas de brazos y mirándome directamente a los ojos.
         Así que vas a entrevistar a Michael Jackson… ¡Y no nos lo dices! –exclamó la explosiva Shannon.
         ¡Sí! ¡Somos tus amigas y no nos lo dices! –dijo Helena siguiendo la exclamación de Shannon.
         Me acabo de enterar…-contesté, aún me encontraba un poco rara después de la reunión.
         ¿Cómo es? ¿Es tan alto como parece? ¿Son suaves sus rizos? ¿Tiene la sonrisa igual de bonita de cerca? –preguntaron a la vez.
         No sé si son suaves sus rizos, no los he tocado –respondí riéndome y sentándome en la silla de detrás de mi mesa –y sí, es alto y tiene la sonrisa muy bonita.
Las dos se miraron y sonrieron, después, me miraron a mí sin dejar de sonreír.
         ¿Sabes que se te han iluminado los ojos al mencionar lo de su sonrisa? –dijo Shannon.
         ¿Ah, sí? –contesté indiferente mientras me ponía a elaborar las preguntas de la entrevista en una hoja -¿vosotras no tenéis trabajo hoy, o qué?
         ¡Dios mío es verdad, tenemos que preparar muchos informes! –dijo Helena –vamos Shannon –la cogió de la mano y salieron las dos disparadas por la puerta.
¡Al fin un poco de tranquilidad! Llevaba unos meses muy devastadores con tanto trabajo, informes y demás…
     ¿He mencionado sus enormes, profundos y sinceros ojos marrones? Cada detalle de su rostro era tan perfecto, incluso sus rizos estaban colocados de una manera concreta para que le hicieran ver más hermoso, y eso ya era difícil.
       ¿Qué pasaría al día siguiente con esa entrevista? ¿Sería capaz de entrevistarle sin quedarme embobada?
        Necesitaba despejarme así que agarré el bolso y me fui a la playa.
 Me quité los tacones negros para poder sentir la arena bajo mis pies, no había nadie por aquella zona de la playa así que me tumbé en la arena, sin importarme el pelo o la ropa, quería alejarme un poco del mundo.
         Cerré los ojos y oía el sonido de las olas chocar contra las rocas, aunque fuese septiembre, el calor veraniego permanecía. Los rayos de sol se deslizaban por mi piel bañándome con un exquisito calor y la brisilla revoloteaba entre mis cabellos dorados.
         Entonces una lágrima nació en mis ojos y murió en mi mejilla…Podría alejarme todo lo que quisiera del mundo exterior pero no del mío interior, echaba de menos a mis padres, echaba de menos pasar las tardes viendo películas de los años cuarenta con ellos y oyendo a Los Beatles o a Frank Sinatra y por las noches observar las estrellas por aquel viejo telescopio, echaba de menos ser pequeña y corretear por los alrededores de la casa, no tener preocupaciones y tener todo el tiempo del mundo para hacer lo que me apeteciese.
         Siempre intenté ser una buena hija, creía que mis padres se lo merecían porque me lo dieron todo a pesar de no tener mucho dinero.
          Apreté los ojos, conté hasta diez y los abrí, volvía a estar en el mundo real, en el frío, cruel y corrupto mundo real.
          Miré mi reloj y había pasado dos horas allí, debía irme, aunque en mi fuero interno deseaba quedarme allí para siempre.
           Sacudí las ondulaciones de mi pelo para quitarme toda la arena de él, me alise la ropa, me puse los tacones, alcé la cabeza y seguí mi camino.

domingo, 22 de mayo de 2011

Capítulo 1. Mi alguien especial.


Capítulo 1. Mi alguien especial.

Nunca pensé que cambiarse de ciudad era tan difícil, pero no fue elección mía, sino de mis jefes, era periodista y me habían ascendido, lo que significaba mudarme de Seattle a Los Ángeles, no sé que haría allí, siempre fui una chica de pueblo, sencilla y conformista, pero la verdad es que en tres de mis veinticinco años de vida me había convertido en una presentadora famosa y de mucho prestigio, la mitad de la población americana me conocía por presentar las noticias de la tarde.

Todos me conocían por: “Amy, la presentadora de las noticias de la tarde”, pero mi verdadero nombre es Amy Green, hija de un padre y una madre modestos.
Mi infancia fue normal, mi padre trabajaba en una oficina, mi madre en casa y mi hermano mayor estudiaba en la universidad mientras yo estudiaba en el instituto.
Tener veinticinco años en 1989 era lo mejor que me pudo pasar, no por un algo especial sino por un alguien especial.

La mañana en la que tenía que coger el avión a Los Ángeles fue muy estresante,  tenía la maleta hecha desde la noche anterior, pero mi despertador no sonó y me faltó poquísimo para perder el avión.
Despedirme de mis padres fue la parte más dura de la mudanza sin duda, siempre estuve con mis padres, teníamos una relación muy estrecha, además, vivía con ellos.

En el aeropuerto hacía más calor del normal, aunque fuese Junio, pero estaba atestado de gente corriendo de un lado para otro y yo llevaba al menos tres maletas y una bolsa de mano.

Ésta era la primera vez en la que me subía a un avión y estaba asustada, pero sería una nueva experiencia muy buena porque a causa de mi trabajo tendría que volar a muchos sitios diferentes, pero el miedo no desaparecía.
Me iba a vivir a casa de mi abuela, Katrina, vivía en Los Ángeles y su casa estaba cerca de mi trabajo así que me ofreció ir a vivir con ella y mi abuelo Lewis.
No he visto muchas veces a mis abuelos en mi vida, sólo varios cumpleaños y navidades, mi madre no tenía una relación muy estrecha con ellos, aunque tenía muchas fotos de ellos conmigo cuando era un bebé, aunque claro, de esos momentos yo ya no me acuerdo de ninguno.

Cambiaba el frío clima de Seattle por el calor veraniego de Los Ángeles.
Dicen que la vida es cara allí, pero también dicen que es la ciudad de los sueños.

Llegó el momento de subirme el avión, mis manos temblaban, llevaban un papel entre ellas, lo hice añicos por los nervios, la azafata nos daba las indicaciones y el avión despegó, necesitaba algo de agua así que pedí una botella que me bebí en un momento, estaba realmente nerviosa, pero sabía que todo saldría bien.
Mi asiento estaba situado junto a la ventanilla así que me distraje un rato mirando las esponjosas nubes que se rompían con el contacto del avión y las enormes ciudades, donde todo el mundo llevaba un ritmo frenético de vida.
El vuelo duraba dos horas, ya sólo me quedaba una tenía que hacer pasar esa hora rápido, no importaba lo que hiciese, así que decidí ver la película que estaba emitiendo.

Todo fue muy bien, el aterrizaje perfecto y el vuelo tranquilo, salí del avión, cogí las maletas y fui en busca de mis abuelos, que estarían esperándome para llevarme a su casa en coche.
Entonces los vi, sonriendo y esperando para darme un fuerte abrazo.

Vi a mi abuela, con el pelo corto y canoso y con esos preciosos y brillantes ojos verdes, esos ojos verdes que mi madre me dijo que sin duda heredé de mi abuela, y a mi abuelo, aquel hombre alto y delgado como un palillo, casi sin pelo y con las gafas sobre la nariz… ¡Cuántos recuerdos me invadieron entonces!
La verdad era, que pese a haber pasado muy poco tiempo con ellos, les había echado de menos.
Mi abuelo se empeñó en llevarme las maletas al coche pero me negué.

El coche de mis abuelos no era nada especial, uno de esos coches de los 70 de color grisáceo claro.
La casa tampoco era una maravilla, pero eso sí, era muy acogedora, recuerdo que cada fin de semana la casa se impregnaba de un olor a manzanas, mi abuela hacia tarta de manzana, la tarta de manzana más buena que he probado en toda mi vida.

Pasaron tres meses después de mi mudanza, ya estaba trabajando y había hecho dos amigas en el trabajo, las dos eran fantásticas, una se llamaba Shannon y la otra Helena.
Shannon era pelirroja con unos rizos recogidos siempre en una pinza, sus ojos eran de un azul turquesa precioso y la ironía era su forma de vida, una chica de ciudad con unos principios muy marcados, sin duda vivía por su trabajo, sin embargo, Helena era justo lo contrario a Shannon, morena de unos enormes y profundos ojos marrones, siempre sonriendo y tratando hacer felices a los demás, era una chica muy espiritual y su aura conseguía calmarte en un segundo, bueno, menos a Shannon.

¿Recordáis a ese alguien especial por el que merecía la pena vivir en 1989? Lo conocí en mi trabajo, pero no adelantemos acontecimientos, lo mejor…está por venir.

17 de septiembre de 1989.
Despacho del director de la KNBC
10:00 A.M

-…Y quizás así podamos subir el índice de audiencia del canal.

Entré corriendo al despacho del director de la cadena mientras éste estaba en una reunión en la que se supone que yo debería haber estado desde hacía media hora.
Me senté en mi asiento ante la acusadora mirada de los tres o cuatro productores que había allí.

-Lo siento –musité –continúen, por favor.

-Amy, te preguntarás por qué te hemos llamado, ¿verdad? –me preguntó el director.

La verdad era que no.

-Sí, señor –respondí.

-Vamos a ponerte a prueba –dijo un hombre que se situaba detrás mía, fumando y mirándome con curiosidad.

Le miré, extrañada, no tenía ni idea de quién era ese hombre.

-Ah, perdón, no me he presentado, me llamo Frank DiLeo, soy manager de estrellas y tú, chica, te estás convirtiendo en una así que queremos que entrevistes a una de mis superestrellas.

-Pero...pero…yo no soy cantante…ni actriz…ni nada por el estilo –musité confundida.

-Vas a necesitarme, muchacha, escúchame, vas a hacerle una entrevista a uno de los cantantes más famosos del momento, si lo haces bien te harán un contrato fijo, ganarás mucho dinero y serás muy famosa, ¿qué me dices? ¿Aceptas?

Todo eso sonaba tan bien, un contrato fijo en una gran cadena, era mi oportunidad de saltar a la fama.

-Claro que acepto, ¿a quién voy a entrevistar?

-Decidle que pase, por favor –pidió Frank a uno de los productores.

Se abrió la puerta y allí estaba, mi alguien especial.


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Y aquí está mi primer capítulo.
Ha sido una grata experiencia escribirlo, ahora sólo necesito sus opiniones para saber si puedo seguir esta historia o no.


¿Quién será ese alguien especial que tanto menciona Amy? ¿Echará a perder su carrera con esa arriesgada entrevista, o por el contrario la hará florecer? ¿Hará ese alguien especial que Amy abandone sus deseos de fama?